martes, 14 de abril de 2020

El Maicol


Son las 10 de la mañana, el mercado central de la ciudad está a tope, un paisaje multicolor, de sensaciones diversas que se desplazan en cada acera maltratada por el olvido y la indolencia; en la parada de bus están un par de señoras de polleras multicolores que se impacientan porque no llega su línea.

-Ay taita diosito, doña Rosa, mi guagua tá estriñida y nada que se le pasa; vine al mercado para que la comadre regale un poco de sangorache a ver si ya se le afloja un poco la panza a la guagua, pasa tragando pura salchi en el colegio, cómo no le va a dañar la panza, guambra mushpa, me da iras doña Rosa.

-Oiga si que bestia doña Euge, es que a los guaguas solo les gusta esas tonteras, ni les alimenta; pero prefieren esas comidas llenas de lo que es colesterol, el otro día doctorcito me explicaba cómo les tuerce las tripas por andar comiendo esas tonteras, pero es que quieren sentirse modernos, y van botando el locrito que con tanto cariño una hace doña Euge, si da iras, ya no hay cómo ni ponerle a la carmencita ni al juyayay en el parlante, porque sino los guambras alevosos dicen tatai, zas huevadas que pone abuelita, mejor el bad boni nisque que prefieren, pero puro ruido doñita que ni se le entiende al disque cantante que balbuceando solo pasa, pero que se puede hacer, una pobre, como para decirles como vivir, si una pasa juntando centavos para llevarles un pancito a la boca, no hay como reprocharles por lo que les da un poco de alegría y esperanza, ya pues toca aguantar Eugenita .

-No Rosita, no piense esas cosas, lo que pasa es que en el colegio esos guambras se juntan con longos vagos marihuaneros que les meten tonteras en la cabeza, no hacen lo que es nada esos longos, solo se ponen a robar, por acá mismo por El Central, solo tomando y fumando pasan; no ve como mi Maicol se dañó desde guambrito, por juntarse con esos vagos del barrio pobre, todo porque mi Javiercito se murió y a mí, me tocó encargarme de las fritadas, diseque pues el vago este del Javier que si, que abramos un negocio, que es la prosperidad, total longo borracho este, que no funciona la cosa; ¿Cómo va funcionar pues?, si las fritadas se hizo cantina! y los borrachotes de los amigos se tragaban todos los llapingachos y se largaban; y ya pues me tocaba aguantarme sino me daba tremenda surra; que hay que irse que porque aquí no se avanza y no se prospera por los malos gobiernos. Yo le decía, verás cojudo, cualquier gobierno que venga es malo, por eso a vos mismo te tocaba estar aguaitando palo de los señores poleceas, y así aguantan palo los que se quedaron en el pueblo, así que trabaja y no jodas le decía; pero el necio siempre con que “trabajito ahí, en los estados unidos”, y se va el longote y ya se ha ido a buscar otras cosas por allá, hasta moza el sin vergüenza, acá solo tomaba guanchaca y uno que otro lark, de eso no pasaba aparte de lo mal trago que era, pero allá la moza le ha dado unas metanfetaminas nisque que le acabaron, se dedicó a gastarse nuestros ahorros en ese tormento, que en buscar un buen lugar para que el trabajo no le pesara tanto, más tanto también que gastamos en el coyote para que en un año se regrese, imagínese tremendo trauma para el Maicolsito cuando le ve llegar al papá tan demacrado y convaleciente, tocó gastar todos los ahorros en traerle de vuelta para que luego el mushpa se vaya a pegar un tiro porque para colmo les debía a esos de la Morocho y con los últimos ahorros que me quedaban a ellos mismos le compra un arma el bruto, que horror! 

Doña Eugenia entra en un terrible llanto, Doña Rosa la consuela mientras quienes las rodean las miran con algo de incomodidad por tan dramática escena; el bus que esperaban llega y ellas suben.


A pocos metros del bus que está partiendo aparece en escena Maicol, o mejor conocido en La Central como “la torre”, es muy alto y delgado, curtido, lacras recorren todo sus brazos y rostro, un maestro de la puñalada, su apodo lo ha ido ganando a pulso. 
Hace cuatro años que no ve a su madre Doña Eugenia después del funeral de Don Javier; Maicol no lloró en el entierro, en su primera infancia recordaba a su padre llegando borracho a las 3 de la mañana, despertaba a toda la casa y al vecindario; su esposa y cinco hijos se escondían donde la vecina, pero él, el hombre, el macho, embriagado por una hombría alimentada de sus dolores e inseguridades hacía escándalo hasta que entraran a la casa, una casa angosta, triste, nostálgica, de bloques sin relucir, el comedor era una tabla gruesa y tosca recubierta de un mantel de plástico de Coca-Cola, las paredes solitarias tenían cómo única compañía a un retrato de la Virgen Dolorosa, adornada con dos velas a medio quemar y una flor sintética. Pedía comida a la fuerza y si no le hacían caso, comenzaba a golpear a todos, sin medir fuerza para nadie, la rutina diaria, los buenos momentos de la primera infancia de Maicol fueron tan escasos que se le habían escapado de la memoria.

Cuando murió su padre sintió que se quitó un peso de encima, estaba decidido a no seguir sus pasos, se apresuró en irse a vivir a un cuartucho paupérrimo, de colchón sin carne, de una sola plaza, sin nada que le sostenga más que el anhelo de que algún día todo sería distinto, se lo costeaba con las miserias que ganaba en la vulcanizadora de su primo, mientras estudiaba en la nocturna; ahí, conoció al “Capi”, un rufián en toda la definición, cómo a Maicol le tocó crecer en un barrio duro nunca se dejaba intimidar por nadie, así, el Capi le desafió a unos quiños limpios, saliendo Maicol cómo el gran vencedor, desde entonces forjaron una amistad que llevaría al joven soñador poco a poco a la ruta del abismo, que ya le había marcado dios desde su primera luminiscencia.

Ahora Maicol pasaba caminando por La Central con aires de caballero del reino del lumpen, exhibiendo en cada paso las marcas del alma, que intimidaban al mismo diablo, que era su compinche, y es que el Capi forjó en él un odio que su ya mal trecho corazón había arrastrado por años, un poco de punta le llevó a los tabacos, y un poco de tabacos al vasuko, que hacía apacible el dolor de su existencia, pasaba todo el día asaltando en las paradas de buses y callejones oscuros, había asesinado tres veces en riñas con cuchillo (nunca perdía), ya había pisado quince veces la penitenciaria, y no le importaba volver, sabía que el Capi  y la pandilla le pondrían en las calles de inmediato, no era traficante porque intimidaba demasiado, su trabajo era más trascendente, era un protector de los territorios de distribución de la droga, ni su cerebro inflamado le arrebataba su mirada estratega y militar que había permitido expandir el negocio del patrón. 

Ganaba más dinero de lo que jamás en su vida habría logrado si elegía el camino correcto, sabía que su suerte era la desdicha, y que lanzarse a la muerte le aferraba un poquito a la vida, así que se había comprado una casa de dos pisos por su antiguo barrio pobre, donde podía ser más eficaz en su trabajo y los mandados que le encargaba el patrón, en todo el primer piso había construido una billa, donde pasaba de fiesta en fiesta, y los vecinos ni quejarse podían, porque los chapas jamás se atrevían a chistar nada de su accionar, y cómo no iba a ser así, si el Capi se había convertido en un importante chapa después de la nocturna; hacía las rondas del sector, o sino les avisaba a sus compañeros que “con La Torre nadie se mete”. Bielas iban y volvían en la dionisiaca danza de los que ya se reconciliaron con la muerte. Las amigas del Capi, de vida galante, disfrutaban de pasar el tiempo ahí, ya que “La Torre”, en todo su intimidación en el fondo era un ser que dislumbraba ternura, una ternura añeja que jamás acepto desaparecer de sus entrañas, y eso era algo que “las chicas del Capi" no podían resistir, ni siquiera le cobraban, porque Maicol siempre ponía la biela y la jama y uno que otro buen chiste que hacían carcajear a todas las gentes, y si alguien no le encontraba la gracia, le esperaba un triste destino en un duelo de puñales. 




Era viernes, tres de la mañana, la fiesta estaba en su apogeo, cuando de pronto llega una patrulla. -Tranquilos mijos, que aquí no pasa nada, son panas. dice Maicol. De la patrulla emerge el Capi, junto a su rechoncho y pequeño camarada. -Ven Torre, te tenemos un camello importante, hablemos un rato. grita desde afuera el Capi.

Maicol sale a conversar, tiene una bermuda y un vidivi como acostumbra, a pesar del frío, su piel como su alma no sienten nada más que las ansias del placentero dolor. -Verás guambra. Replica el rechoncho compañero del Capi. -Lo que pasa es que los patrones llamaron, hay un paro a las afueras de la ciudad, estos indios dicen que ya están cansados que los gringos y los chinos les estén robando las tierras, y estos como se creen rebeldes ya han tirado palos y piedras en la vía, y que no se mueven hasta que se vayan, y vos sabes como es esto, al patrón y sus colegas no le mueven ni taita diosito; verás, si el man consigue explotar esas tierras nuestro negocio crece más, si los indios estos le ganan, a nosotros nos va tocar hacernos los locos y decir que hemos decomisado toda la droga y meterte a cana, porque si se le cae el negocio al patrón, a un poco de pelavergas se les caen también, entonces a nosotros no nos conviene esa movida ¿si me entiendes? -Ya cacho mijo, pero ¿y yo, qué hago en esa movida, o qué?. pregunta Maicol con algo de intriga.

-Verás. responde el Capi, mientras deshace un tabaco para armarse una tola. -Lo que tienes que hacer es estar en la barrera policial para dispersarles a estos, apresar unos cuantos y dejarles golpeados a otros, el patrón dijo que todo bien si hay uno o dos muertos, que mejor, porque así los indios se van a asustar, y ya no van a estar jodiendo tanto, capaz luego, te toca matarle al dirigente que les da fuerza moral a estos alzados, porque el shunsho este es hecho el honesto y ya pues, esos indios saben bien que pasa con los hechos los rectos, solo que parezca un accidente para que luego esos cojudos de derechos humanos no vengan a estar jodiendo, pero esta vez mijo promesa que no te vas a cana, sácales la puta a todos los que puedas vos eres filo para eso jaja!. el patrón me dijo que si haces un buen trabajo te sales de las calles, para que empieces a acolitar en el patrullero, porque así los territorios se manejan con mayor facilidad y ahora que el negocio va a crecer necesitamos de tu experticia jaja!, yo sé que si te disfrazas de chapita nos vamos a forrar mijo, para que hagas mejores fiestas en una mejor casa y acá le uses a este espacio como tu casita de malandro para el amague, nadie se va a enterar, y si se enteran ya sabes, que a los sapos les va mal en este barrio, entonces si no te portas lámpara te va a ir mejor, diga.

-Ya pues de una mi socio. dice Maicol. -Yo si he visto los juguetes que les dan a ustedes cuando hay que frentear, antes me ponían de revoltoso del populacho y a veces me llegaba uno que otro toletazo, pero ya pues, bien armadito como robocop no me ahuevo ni cagando, si ni llucho me ahuevo jueputa!

-Esa es Torre! buena perro, ya sabes, nos vemos el lunes a las 7 en el Cuartel número 11, ahí te damos los equipos y una buena mosquita y se trepan al bus, para sacarles la puta a esos indios alzados-. replica el Capi mientras enciende la tola de vazuko que se estaba armando mientras conversaban; da una gran calada, luego dos, tres que inflan su pecho como paloma. -Bueno mijo, me voy, pilas con esa vuelta, que de eso depende nuestro futuro-. Susurra el Capi con voz crisposa mientras deshincha el pecho, impregnando con un paisaje de humo blanco a todo el lugar.


Es lunes, nueve de la mañana, en el paro hay alrededor de 500 indígenas plantados en la carretera, que al unísono gritan “Antes eran ellos, ahora son los otros, sólo yo, sigo siendo el mismo!”, el grito retumba en las paredes de los apus que los protegen,  pareciera que el grito viene desde las mismas entrañas de la tierra, los pasos retumban, mientras que la primera línea de resistencia se sujeta fuerte para protegerse entre todos, al otro lado, una barrera de cuatro líneas conformada por 60 policías por fila, los esperan listos para desenfundar las lacrimógenas y empezar a echar tolete por doquier, en esa fila negra, desmemoriada, está Maicol, listo para desfogar todo el dolor de su pasado.

La fila avanza, al grito de “el pueblo, unido, jamás será vencido”, algunos policías se notan algo nerviosos, eso a Maicol no le importa, le dieron indicaciones básicas; no romper las filas hasta separar la primera línea, abrir surcos para atrapar a algunos, y darles una paliza que no olviden, llevarles al retén y ahí propinarles otra paliza y si es posible, la muerte. 

La masa indígena avanza con fuerza, están a poco metros del enfrentamiento, cuando de pronto, llueven piedras por los costados, son gentes de la resistencia con paicas, que escondidos entre la pampa espesa y crecida, lanzan piedras a la fila policial, rápidamente los gendarmes arman una barrera con los escudos para que que protegan sus cabezas vaciadas, en eso, la primera fila se cuela por debajo de los escudos y empiezan a rodearlos, el carro antimotines también es apresado y echado a un lado de la carretera, los palos empiezan a aturdir a los policías que disparan gases a quemar ropa, un indígena cae herido, Maicol desenfunda su tolete y empieza a golpearlo, el hombre violentado y aturdido empieza a implorar por misericordia, alza su rostro ensangrentado, es el rostro de Javier, su padre, Maicol queda inmóvil, de repente siente cómo una gran piedra golpea su cabeza, en adelante, sólo oscuridad perpetua. 

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