lunes, 11 de agosto de 2014

Recuerdo de un olvidado

Me había engañado una vez más a mí mismo, estaba tirado en un piso, de tablones de madera viejos y sucios, a lado, el olor repugnante del colchón, lleno de vómito, lleno de miseria; en yuxtaposición una prostituta de aspecto repugnante, su rostro estaba masacrado, su rostro gritaba que su vida era un continuo tormento; que noche tan extraña la que viví, mientras la luz del sol se expandía por toda la habitación revelando las partículas de basura a mi alrededor, yo empezaba a recordar, pero las náuseas me causaban un poco de molestia, hasta que mi maldito estomago ya no se pudo contener, y termine vomitando sobre mis propias piernas, el ruido levantó a la puta, sus ojeras mostraban la enorme cantidad de cocaína que había jalado. La desperté, y con una voz afónica y un tanto agónica ella me dijo que le trajera un café, pensé que en mi inmundicia desconexión de la realidad había contratado su repugnante servicio, pero no, después de esas palabras ella se volteó y continúo durmiendo, imágenes vagas pasan por mi cabeza, pero no puedo descubrir lo sucedido, ni siquiera sabía en donde estaba, el lugar era una completa mierda, así que decidí retroalimentarme desde el principio.
Me levante la mañana anterior igual que casi todas las mañanas de los últimos tres meses, con una sensación de vacío, con la sensación de que nada en la vida podría salir bien, con esa sensación de que vivía porque era demasiado cobarde como para tragar algo que me matara al instante, en lugar de eso me agradaba embriagarme con la porquería más asquerosa que vendieran en alguna pequeña tienda del centro, desde que perdí mi trabajo ya no era nadie, de hecho nunca lo fui, siempre respirando el toxico humo de esa fábrica de porquería, pero la rutina me ponía un poco ciego, y olvidaba mi patética vida, todas las mañanas, en ese mismo pequeño cuarto que emanaba olor a derrota, en los últimos tres meses me levantaba y me quedaba al borde de la cama, nada más ahí, divagando, preguntándome cuando fue que la felicidad se convirtió en un mito para mí, luego saltaba de la cama al baño, el baño sucio, asqueroso, lleno de vida, lleno de pequeños seres microscópicos llamados hongos que estaban alrededor del inodoro y el lavamanos, el espejo con manchas de aquellas gotas sucias que nunca se limpiaron, y me quedaba ahí, ahí parado, viendo cada parte de mi demacrado rostro, un rostro que ni la muerte tiene el valor de mirarme, porque si me llevara fuese un premio enorme para mi malgastada alma; esa mañana hice la misma rutina, me percate que mi cara cada vez está peor, siento que mi alma se posó  en mi rostro, de cierta forma me estoy volviendo más humano. Ya no le veía el caso ponerme a llorar, no tenía mucho sentido, mi llanto era mi botella de licor y mis lágrimas eran las bocanadas de humo que salían de mi boca cuando fumaba tabaco, o marihuana, o base, o lo que hubiera, simplemente quería morir de a poco, para que así la parca no sintiera mi llegada y al final terminara por aceptarme. Miré mi rostro e impulsivamente busqué mi delicioso “traguito”, pero me di cuenta que esa mierda ya se había acabado.
Entonces me puse las primeras ropas que encontré y salí del lugar, rogando que la dueña no me exigiera el dinero de la renta de la habitación, ella suele llegar en la mañana y se encierra en su “oficina” que se sitúa justo al lado de la salida,  pero no salió, ya no ha asomado hace tres semanas, la última vez me trato de la patada y me dijo que si no le pagaba iba a llamar a la policía para que me desaloje, justo esa misma noche llegue ebrio como era mi rutina diaria desde hace un tiempo atrás, y le dije que hiciera lo que le venga en gana, que a mí no me importa dormir afuera o adentro de un lugar, porque al final no lo siento, porque al final estoy tan vació y solo, que todo lugar es un espacio exterior, nada más con paredes malditas que me recuerdan que nunca seré libre; en fin, ella no apareció porque le despertaba demasiada lastima y se sentía un monstruo al despojarme, mi única triste cualidad era despertar la compasión de esas bestias llamadas personas, supongo que por eso pienso que me he vuelto más humano; llegué a la tienda y pedí mi dichosa botella de “punta”, el hombre que siempre me atendía era un hombre esbelto y lúcido, me daba asco verle porque sus fachas decían:  Tu nunca podrás ser así; el dinero lo saque de unas colegialas que se dirigían a tomar el bus  y yo las robe, les quite tres dólares. Luego la misma jodida rutina de un hombre solo, porque la única forma de caer en rutina es sentirte solo, es sentirte miserable, no importa lo que hagas o a que te dediques, si la rutina te pesa es porque ya te diste cuenta de tu miseria. Ahora bien, mi rutina consistía en primero dar unos sorbos a mi botellita mientras deambulaba por las calles del centro, siempre me encontraba Jorge un ser igual de desdichado que yo, un asqueroso ebrio de nariz torcida y piel morena, cabellos escasos y rizados, y tantas arrugas que ya no le cabían en la cara, es igual de hundido, era yo en otra persona, por eso nos llevábamos tan bien, el cargaba su botella y yo la mía, cuando miraba a Jorge miraba a la vida, él era la vida, siempre esbozaba una sonrisa, siempre tenía una carcajada lista, soltaba risas en esa boca llena de dientes careados y sarro, decía que la vida es para darle al goce mientras salpicaba saliva a mi rostro y yo podía percibir su asqueroso aliento a mil vidas extinguidas, pero él se sentía feliz con su ebriedad, por eso era la vida, era la felicidad en medio de la inmundicia y la tristeza, y eso para mí es la vida en este deplorable momento.

Estaba caminando con Jorge por la ciudad, y hablamos de Julio Jaramillo, y veíamos hermosos culos y les gritábamos obscenidades, perversiones, cosas tan puercas que hacíamos llorar a algunas mujeres, Jorge decía que es el precio de su belleza, quien las manda a ser tan sexuales, tan excitantes, nadie dijo que la belleza era alegría, él siempre dice que la belleza es un monstruo que es esconde tranquilo, para esperar el mínimo momento de hacer desdichadas a las personas que la anhelan o la tienen, yo siempre lo considere la sabiduría en estado etílico, como iba diciendo, caminábamos hasta que nos encontramos con otros muertos en vida, llenos de alcohol y marihuana en su sistema, y nos invitaron a un bar, de esos de mala muerte, donde solo entran borrachos, ladrones, drogadictos y putas, el bar del olvido, el bar del que nadie quiere oír, el bar de la vida oculta y la muerte exhibida, ahí nos ofrecieron más licor y empecé a perder la vida un poco, y luego no recuerdo más así lo intente, dado el caso decido acurrucarme a lado de la puta, me bebo un poco de licor que hay en esa habitación desconocida y le digo: ese café ya viene, solo tienes que cerrar los ojos.