Brian está sentado esperando el
bus que lo llevará a ningún lugar, su posee es algo curvada, como de cansancio
o decepción, a lado una señora que lleva las fundas de las compras se encuentra
de pie, a pesar de que habían dos puestos más vacíos, el niño despide un olor
algo nauseabundo fruto del fútbol del recreo que le obligan a jugar. -¡Juega,
no seas maricón! Le gritaba el Gómez
cada recreo, no quería incluirlo, quería burlarse de él porque juega pésimo; el
muchacho es algo relleno, sus mejillas guardan las danzas de la tierra, es de piel
morena paspada, su pelo lacio, negro y fuerte; es alto y bastante callado, no
es bueno ni en los estudios ni el deporte, no tiene gracia alguna que lo salve
de ser el blanco de burlas, tiene el rostro gracioso, la frente muy estrecha y
la nariz muy ancha, su mentón débil hace que su labio inferior le cuelgue,
exhibiendo la parte inferior de sus encías.
Las marcas del sudor seguían en
su rostro, se dibujan en las manchas de los costados de su mandíbula invisible,
la señora la miraba con desagrado, hace ademanes para que notara que su olor es
pútrido, él solo anhelaba llegar a su casa para que mamá le sirva su comida,
pero el bus parece haberse retrasado, el tiempo se prolongaba mientras la
señora empezaba a murmullar.
–Este bus que no llega y yo haciéndome
tarde. Habla sola pero con intenciones de que Brian dijera algo, pero él solo está
mirando a un punto fijo, recordando el aroma de su comida favorita, arroz con
pollo y ensalada, su madre Doña Luisa tiene una picantería en el centro, no es
tan buena cocinera, la mayor parte del tiempo el local pasa vacío, la mayoría de
sus clientes comen ahí por el económico precio, es un espacio oscuro, rodeado
de paredes despintadas y ahumadas de smog, cuelga un calendario y a lado un
altar de la Virgen del Cisne, al otro lado un gran espejo sin marcos, Brian
siempre se sienta en esa esquina a comer.
Sigue esperando el bus que lo llevará
a ningún lugar, pero no llega, la señora de su lado, harta de la espera toma un
taxi; él, sigue sentado, recordando que juega fútbol por obligación, porque no
tiene amigos con quienes conversar en los recreos, casi nunca habla y más allá
de la actividad física siempre despide un aroma particular constante, que incomoda
a sus compañeros de clase, “apestosillo” le dicen, solo mira al piso y se
refugia en su mundo, en el olor a la comida de mamá.
Oscurece y el bus que lo llevará
a ningún lugar no aparece, él se estremece y decide que es hora de ir caminando,
pero vive en las faldas del sur, lugar testigo de actos que desdeñan los
gobiernos y los alcaldes de turno, las faldas olvidadas por dios, vive en lo
alto, atravesando escaleras con ínfimos brotes de luz, el recorrido es turbio,
rostros que se desdibujan en la noche lo atraviesan, miradas perturbadas de los
vagabundos, los borrachos lo rodean mientras sube la inclinada cuesta que lo
lleva a su casa.