lunes, 26 de mayo de 2014

Cantando a la muerte


 Es sábado, 9 de la noche, noche gélida, maldita, con ese aire a melancolía, entonces el músico de harapos toma su bicicleta, le espera otra larga noche, entre risas alcoholizadas,  entre alientos de tabaco, entre miradas de desprecio.
El músico de los harapos pasea en su bicicleta, una de esas antiguas, con lo manubrios raros, el cuerpo oxidado, y las llantas delgadas, carga en su espalda la tristeza de Jessica, su amor perdido, le escribió un par de canciones, que ahora tocara para mujeres de plástico, que disfrutan un cigarro, una cerveza, y un macho egocéntrico, dominante y machista que las humille, mientras están apoyadas en la parte lateral de un auto con la música bailable del momento a todo volumen. El músico es un viejo repugnante, de saco sucio y camisa rota, delgado, de estatura mediana y cabellos rebeldes como él mismo, la cara demacrada por el tiempo y la tristeza, su voz es rasposa, fruto del tabaco, el güisqui barato y una que otra biela ofrecida por los ebrios de los bares para quien él toca.
Está caminando por la calle de la felicidad efímera e ilusoria, observa una pequeña cantina, ahí está un grupo de jóvenes, tres hombres y una mujer, bebiendo cerveza; entonces decide entrar, después de un breve saludo empieza a entonar su guitarra, su guitarra amada, todas sus cuerdas son nuevas, la madera del cajón es fina, está bien pintada, llena de brillo; le puede faltar comida al músico, pero nunca le faltara una cuerda a su guitarra; empieza a tocar las primeras notas, su repertorio consta de diferentes éxitos del pasillo ecuatoriano, J.J su predilecto, recita las bellas letras con una pasión única, que unos vasos de güisqui la vuelven más intensa, el toca con toda la pasión y tristeza que envuelve la canción, sus oyentes no le prestan mucha atención, solo le ofrecen un poco de ron barato, la cara de incomodidad de los bebedores es evidente al principio, pero entre trago y trago toma sentido cada bella palabra de los pasillos llenos de historia, al final ellos terminan llorando con cada palabra que él musicaliza.
Así pasa toda la noche, entre el licor de la tristeza, entre la ignorancia de los bebedores, y entre la profunda pena de otros ebrios, quienes sienten con dolor las notas de esa guitarra y sienten la vida que esta tiene, entonces el músico de los harapos toca, Cuando llora mi guitarra, unos borrachos ahí sentados empiezan a llorar, el músico toca con todo el sentimiento, pero no brota ni una sola lágrima de sus ojos, en cambio, su guitarra empieza a sonar con agonía mientras escurre agua de sus clavijas, y así pasa toda la noche cada vez que entona esa melodía.

Ya es domingo, 3 de la mañana, la inconciencia del estado etílico en el que se encuentra lo obliga a volver a casa, así va, con la bicicleta en vaivén, por arte de magia y fuerzas místicas no cae, ni lo asaltan, ni lo atropellan, a él no le importa, su vida es una agonía y lo sabe, va manejando borracho con el amor de Jessica en su espalda; llega a su cuarto, y muere, estará en letargo junto a su amada, revivirá cuando la voz de Jessica se escuche otra vez en las cantinas el sábado por la noche.