Es sábado, 9 de la noche, noche gélida, maldita, con ese
aire a melancolía, entonces el músico de harapos toma su bicicleta, le espera
otra larga noche, entre risas alcoholizadas,
entre alientos de tabaco, entre miradas de desprecio.
El músico de los harapos pasea en su bicicleta, una de esas
antiguas, con lo manubrios raros, el cuerpo oxidado, y las llantas delgadas,
carga en su espalda la tristeza de Jessica, su amor perdido, le escribió un par
de canciones, que ahora tocara para mujeres de plástico, que disfrutan un
cigarro, una cerveza, y un macho egocéntrico, dominante y machista que las
humille, mientras están apoyadas en la parte lateral de un auto con la música
bailable del momento a todo volumen. El músico es un viejo repugnante, de saco
sucio y camisa rota, delgado, de estatura mediana y cabellos rebeldes como él
mismo, la cara demacrada por el tiempo y la tristeza, su voz es rasposa, fruto
del tabaco, el güisqui barato y una que otra biela ofrecida por los ebrios de
los bares para quien él toca.
Está caminando por la calle de la felicidad efímera e
ilusoria, observa una pequeña cantina, ahí está un grupo de jóvenes, tres
hombres y una mujer, bebiendo cerveza; entonces decide entrar, después de un
breve saludo empieza a entonar su guitarra, su guitarra amada, todas sus
cuerdas son nuevas, la madera del cajón es fina, está bien pintada, llena de
brillo; le puede faltar comida al músico, pero nunca le faltara una cuerda a su
guitarra; empieza a tocar las primeras notas, su repertorio consta de diferentes
éxitos del pasillo ecuatoriano, J.J su predilecto, recita las bellas letras con
una pasión única, que unos vasos de güisqui la vuelven más intensa, el toca con
toda la pasión y tristeza que envuelve la canción, sus oyentes no le prestan
mucha atención, solo le ofrecen un poco de ron barato, la cara de incomodidad
de los bebedores es evidente al principio, pero entre trago y trago toma
sentido cada bella palabra de los pasillos llenos de historia, al final ellos
terminan llorando con cada palabra que él musicaliza.
Así pasa toda la noche, entre el licor de la tristeza, entre
la ignorancia de los bebedores, y entre la profunda pena de otros ebrios,
quienes sienten con dolor las notas de esa guitarra y sienten la vida que esta
tiene, entonces el músico de los harapos toca, Cuando llora mi guitarra, unos
borrachos ahí sentados empiezan a llorar, el músico toca con todo el
sentimiento, pero no brota ni una sola lágrima de sus ojos, en cambio, su
guitarra empieza a sonar con agonía mientras escurre agua de sus clavijas, y
así pasa toda la noche cada vez que entona esa melodía.
Ya es domingo, 3 de la mañana, la inconciencia del estado
etílico en el que se encuentra lo obliga a volver a casa, así va, con la
bicicleta en vaivén, por arte de magia y fuerzas místicas no cae, ni lo
asaltan, ni lo atropellan, a él no le importa, su vida es una agonía y lo sabe,
va manejando borracho con el amor de Jessica en su espalda; llega a su cuarto,
y muere, estará en letargo junto a su amada, revivirá cuando la voz de Jessica
se escuche otra vez en las cantinas el sábado por la noche.