lunes, 7 de septiembre de 2015

Sapiosexual



Si hay algo que aborrezco es esa farsa de sapiosexuales, que sólo les seducen con el intelecto, que les gusta que les penetren la mente, que la apariencia física es lo menos importante, que lo que importa es el “interior” como una especia de parafilia al aparato circulatorio, digestivo y pulmonar, ; ni lo interior ni lo externo, porque la belleza es demasiado subjetiva, mutante, distorsionada, perversa y alterada, porque la inteligencia es tan útil como la fuerza y como las hormonas, porque a la persona deseada se la divisa con todos los sentidos, los perceptivos y los abstractos; ojos, nariz, oídos y piel, se entrelazan, se conectan para formar un todo, esa existencia que se anhela, para ver, tocar, oler, besar. La piel, ojos, labios, pies, rodillas, codos, hombros y demás miembros superiores e inferiores se los perciben, no se los ve, se los siente, sentir como una boca altera la frecuencia del aire e invade tu memoria para jugar a alterar el tiempo y el espacio, para sincronizarlo, un cuerpo que juega con tu espacio, juega consigo y con su entorno, y ahí se chocan los seres, se hacen uno y se vuelven a separar; se cuestionan, se fortalecen y se debilitan, se vuelven como el cristal, rígido y a la vez frágil,  sapiosexuales para parecer interesantes, cultos y elegantes, dueños y dueñas de una intelectualidad superior, la élite que no se deja engañar por los “banales” instintos, cuando todo lo hacemos por instinto; el poder, las ciencias, el arte y la filosofía se formaron por la misma inquietante razón, el existir por intuición, el amar por intuición, el odiar, el temer, el querer, el descubrir, todo por razones ya sentenciadas hace millones de años, cuando, según un científico de largas barbas y abundantes cejas, éramos seres no erguidos.

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